En el despliegue astrológico, a la expansión siempre le sigue la constricción o limitación, a la actividad, la inactividad, Al Sol, el astro número Uno, cuya energía poderosa y acelerada atraviesa todo nuestro cosmos sin límite, le compensa el cuerpo siguiente, un planeta más bien inactivo, discreto, oscuro, muy compacto, denso, inerte: Mercurio, el planeta número Dos.
El número Dos trae dualidad. Cuando a la unidad universal y sin barreras que traía el Uno, le añadimos un nuevo elemento, inevitablemente la totalidad se quiebra y fragmenta. Aparece la primera separación entre dos dimensiones: la de la realidad, la material, verificable y mundana, es Mercurio, y la dimensión energética, es la del Sol..
Comparado con el Sol, que es pura energía activa, y no llega a materializarse con unos límites fijos, Mercurio es puro cuerpo, posee una forma muy delimitada y es pasivo ante fuerzas externas. Se cree que Mercurio tenía elementos más ligeros y fluidos como aire, agua, arcillas etc, pero debido a su cercanía al poderoso y caliente Sol, todo se evaporó y destruyó, y solo han sobrevivido las partes más resistentes y duras.
Aún siendo pequeño, Mercurio es muy pesado, porque está formado de los elementos más densos del sistema solar, metales y rocas.
Este tránsito del Uno al Dos es el principio de la encarnación, como en el viaje de nuestra alma, el potencial sin límites que somos se concentra en un vehículo tangible. Al cosmos le pasa lo mismo, podría ser solo energía solar, pero decide tomar densidad corporal a través de los planetas, Mercurio es la ilusión de las formas, porque la forma externa a veces oculta el verdadero mensaje interior, nos confunde, Otras veces, en realidad las formas nos ayudan a descifrar e ir al mensaje, la forma vela y revela a la vez. Además Mercurio significa la capacidad para captar y registrar la realidad, es a través de los sentidos corporales que lo hacemos, y la voz reacciona y comunica, por todo ello damos a Mercurio la regencia cosmológica de Tauro.
